El viaje marca el camino y, también las casualidades. Siempre he pensado que una equivocación, un error, un cambio de rumbo…no es motivo de enfado porque nos permite ver aquello que quizá no habríamos podido ver en caso de no equivocarnos…
Emprendemos otro viaje por la Sierra de Segura jienense. Pasamos tres años por aquí y creemos conocerlo todo, pero queda mucho por conocer. Un amigo ya nos dijo que hacía falta una vida entera para conocer todos los rincones de esta serranía. Un error nos lleva por una carretera, hasta ahora, desconocida y nueva. La carretera nos hace circular casi junto al pantano de El Tranco, es sinuosa, aunque recién asfaltada, al pie de las montañas. A lo lejos se observan las casas de un viejo poblado. Parece uno de los típicos cortijos utilizados para guardar el ganado... , pero no. Poco a poco llegamos. No estaba previsto. Es un pueblo, una aldea. El cartel indica el nombre: Los Goldines. Tiene reminiscencias anglófonas, golden, oro…El origen de tal nombre lo sabrán sus primeros pobladores.
Dejamos el coche. La primera vista ya indica que el pueblo está abandonado. Siempre me han impresionado esos pueblos abandonados o casi abandonados en lugares paradisiacos. La calle principal, a pesar de tener casas a ambos lados indica que es el típico pueblo que solo recorre el viento, la lluvia y la nieve. No es un eufemismo romántico ni poético: es la verdad. A la entrada del pueblo hay un lavadero, cubierto de tierra e hierbas.
no llega el agua
al viejo lavadero…
ni las mujeres
Nos adentramos en las calles. Las calles…término urbano que no hace justicia a estas vías, cubiertas de hierbas, cardos y piedras. Es curioso ver como la naturaleza se adentra poco a poco en las calles, en las casas…y se convierte en el único poblador de las casas en ruinas, casas sin techo, en donde el famoso haijin* podría ver sin problemas la luna llena de otoño.
El pueblo está en una pequeña altitud, cual atalaya árabe, donde se pueden ver los montes y pasa un río cercano en el valle, río que no se puede ver ya que transcurre entre árboles altos cuyas hojas ya comienzan a amarillear.
viento de otoño –
se escucha cercano
el rumor del río.
Es inevitable pensar cuando uno recorre el pueblo. Pensar en los últimos pobladores, en quién fue el último que echó la vista atrás, dejando el pueblo a merced de las montañas y de los fenómenos naturales. Las casas no tienen techo, pero si tienen puertas y ventanas. Puertas y ventanas abiertas. No hay nada que guardar ni proteger.
enmarca la ventana
de la casa en ruinas
ramas de almendro
Me siento unos minutos junto a una higuera, escuchando el rumor del río cercano y sintiendo el viento frío que llega de las cumbres.
Emprendemos de nuevo el viaje, echando la vista atrás, como posiblemente hizo el último poblador, con el deseo y la obligación de volver… como quizá también le sucedió al último poblador.
* ardió mi casa / nada me impide ya/ gozar la luna (Mizuta Masahide. 1656 - 1723)
¡Que buen viaje Antonio! Me recuerda mucho a uno que hice hace muchos años,¡uf!, a un pueblo abandonado que se llamaba Valdelagua.
ResponderEliminarGracias por compartir.
¡Gracias Mercedes por tu comentario! Verdaderamente, el haibun salió como una necesidad de expresar todo lo que sentía.
ResponderEliminarUn abrazo.
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
ResponderEliminar