Dejo el coche y salgo a
andar por un camino que sé donde me lleva. Hay una pequeña altitud cuando
comienzo a caminar y se ven los campos de La Mancha, divididos entre el
amarillo de la recién finalizada siega y el marrón de la tierra labrada. No hay
uniformidad, salvo arriba, en la claridad absoluta del cielo, totalmente azul,
sin una sola nube. Llego a un paraje donde hay un riachuelo. Hay un riachuelo
porque lo sé y porque lo escucho débilmente, pero solo al llegar a él. Casi no
lleva agua…ni sonido. Las copas de los chopos comienzan a amarillear en este
incipiente otoño. Sigo subiendo y diviso la casa a la que voy. No sé de quién
es. Solo sé que está allí y que desde el primer momento me sorprendió. Tiene un
gran porche con unos bancos forrados de azulejo azul. Nunca me he encontrado a
nadie, tampoco esta vez. Me siento en uno de los bancos y observo el horizonte,
mezcla de amarillo, marrón y azul y escucho y observo como la brisa mueve las
hojas de un pequeño olmo. La última vez que fui era verano y estaba cubierto de
hierbas secas…
limpió
las hierbas
el
dueño de la casa –
brisa
otoñal
Un haibun precioso, sencillo y con mucho sabor. Y el haiku un buen remate. Estupendo.
ResponderEliminarGracias, maestro!! ;-)
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